Pierre Hassner: la moderación frente a las pasiones

Pierre Hassner. Foto: Nijs, Jac. de / Anefo (Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 nl). Blog Elcano
Pierre Hassner. Foto: Nijs, Jac. de / Anefo (Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 nl)
Pierre Hassner. Foto: Nijs, Jac. de / Anefo (Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 nl). Blog Elcano
Pierre Hassner. Foto: Nijs, Jac. de / Anefo (Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 nl)

Pierre Hassner, fallecido el 26 de mayo de 2018, era uno de los mejores especialistas del estudio de las relaciones internacionales en Francia, un discípulo de Raymond Aron que, al igual que su maestro, supo fusionar el conocimiento de la filosofía política con el de la actualidad internacional.  Algunos han llamado a esto pensamiento estratégico, pero de su trabajo no saldría un cuerpo compacto de doctrinas y teorías. Su objetivo era mucho más profundo, el de educar la mirada y el juicio aplicables a las situaciones del escenario mundial. Al igual que Aron, Hassner era un observador comprometido, y no un analista superficial sino alguien capaz de colocarse en el lugar del otro, en el momento histórico o en el momento presente, tratando de entender su mentalidad. Tal y como ha recordado el politólogo francés Jacques Rupnik, que fue en su día consejero de Vaclav Havel, Pierre Hassner combinaba los rigurosos estudios académicos con la cualidad de ser un gran lector de periódicos.

En el mundo universitario e intelectual también existen los estudiantes que se dejan llevar por el asombro o la admiración, que encuentran a un maestro que es un punto de referencia en sus vidas y se acercan a él para participar de la lucidez de sus conocimientos, y en no pocas ocasiones, de su tono humano. Este fue el caso de Pierre Hassner, con apenas veinte años, y Raymond Aron, próximo a los cincuenta. Aron recordó en sus Memorias que aquel joven estudiante, que ya era profesor de filosofía, hizo un comentario en público de Tucídides que mereció sus elogios. El sueño de Hassner se había cumplido: el del encuentro con un gran analista internacional y profesor de la Sorbona. Uno de sus libros, El gran cisma, influyó definitivamente en su vocación. Era el año 1948, y llevaba poco tiempo en Francia  donde había llegado huyendo de la Rumania comunista con su familia. Se trataba de un adolescente inquieto capaz de reconocer los signos de los tiempos, en el inicio de una guerra fría en la que el mundo y Europa habían quedado divididos. A Hassner debió de sorprenderle que un intelectual francés eligiera abiertamente uno de los dos bandos, aquel que identificaba con la libertad, en vez de optar por el supuesto porvenir glorioso prometido por el  estalinismo.

Con todo, Aron y Hassner tenían un carácter muy distinto. El primero era el hombre de la razón, con su análisis pausado y reflexivo, reticente a dejarse llevar por las apariencias y ser arrastrado por los entusiasmos. En efecto, la reacción de ambos ante los sucesos de mayo del 68 fue muy diferente. Mientras Aron los calificaba de psicodrama y rebajaba una revolución a la categoría de simple revuelta, Hassner pretendía descubrir una relación del mayo parisino con la Primavera de Praga, y acaso albergaba la esperanza de que, pese al discurso oficial uniformador, en la Europa del Este pudiera surgir un poder autónomo de Moscú. Sin embargo, su maestro no aceptaba esta comparación, pues consideraba que  los estudiantes checoslovacos luchaban contra la ausencia de libertades y proponían reformas, pero los franceses, contestatarios con el sistema, se creían libres sin comprometerse a nada. No es lo mismo ser liberal que libertario. En contraste con Aron, Hassner era hombre mucho más emocional, un notable orador, aunque a la vez, demostraba “una inagotable riqueza de invención y análisis”, según leemos en las Memorias aronianas.

Quienes asumen en verdad que la realidad es compleja, huyen de las simplificaciones, y durante la posguerra fría hubo unas cuantas: el fin de la historia, el choque de civilizaciones, la guerra contra el terrorismo… En cambio, Hassner fue plenamente de la idea que la realidad internacional de hoy es heterogénea. Su análisis ya no puede reducirse al clásico estudio de las grandes potencias, pues hay que tener también en cuenta a actores no estatales e incluso transnacionales, y comprender que la diferencia entre política exterior y política interior tiende a diluirse.  Esta complejidad llevaba a Pierre Hassner a un difícil encaje en las diversas escuelas de las relaciones internacionales. Su interés por las tensiones y rivalidades entre grandes potencias le podían asociar a la escuela del Realismo, pero algunos lo considerarían como un liberal por su defensa de los derechos humanos y de las minorías nacionales. En efecto, Hassner no asumió esa ceguera voluntaria de algunos realistas que guardan silencio sobre el carácter autoritario de algunas potencias, pero no por ello dejó de defender la democratización de los Estados, si bien recordando que la democratización no es sinónimo de occidentalización. No entenderlo así hace que algunos regímenes políticos contemplen el fomento de la democracia como una coartada del imperialismo y que la lucha contra el imperialismo sea otra coartada para el mantenimiento de las tiranías.

Su última gran obra, La revanche des passions. Metamorphoses de la violence et crises du politique (Fayard, 2015), es, en cierto modo, un retorno a aquel interés por Tucídides de sus años jóvenes. El historiador griego cobra actualidad en un mundo en el que “el gran desafío no es la hegemonía, sino el desorden”, tal y como dijo otro gran analista, Zbigniew Brzezinski, fallecido el mismo día que Hassner en 2017. El desorden internacional es la realidad más apremiante para cualquier analista, que no puede estar indefinidamente a la espera del retorno de un concierto de las grandes potencias, de un sistema westfaliano para el siglo XXI, sucesor del mundo unipolar de la inmediata posguerra fría. Nada de eso está sucediendo, pues no vivimos tiempos de equilibrio ni de balanzas de poder. Vivimos tiempos de pasiones desatadas, que hacen recordar algunos rasgos principales de la naturaleza humana según el pesimista Tucídides: el afán de dominio, la codicia, la ambición, la búsqueda de la gloria, el ansia de reconocimiento, el miedo… Para Hassner, la peor de las pasiones es el miedo, que se convierte en mucho más peligroso si se combina con el odio. A este respecto, nuestro autor coincidía con Georges Bernanos en que el que el odio es tan violento y tan ciego como el miedo.

Pierre Hassner no creía en que las pasiones son malas por sí mismas. No todas son malas, hay algunas muy buenas como la solidaridad. El hombre no es solo razón, pero debe saber moderar las pasiones, pues el arte de la política consiste en saber combinar pasión y moderación. En una entrevista Hassner no tuvo reparos en afirmar que el peligro de la moderación sin pasión, que él veía en Barack Obama pese a sus buenas intenciones, es la inacción. Por lo demás, consideraba legítimo que al político le guíe una pasión, pero tiene que saber marcar sus límites, pues “la pasión sin moderación desemboca en el suicidio o en el crimen”. Sus conocimientos de historia y de filosofía le mostraban que el desencadenamiento de las pasiones es un camino a la tragedia. En el fondo, ¿no predicaba Hassner el retorno a la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, las cuatro virtudes enunciadas por Platón?