La regulación de los algoritmos

2013 Esri International User Conference en San Diego. Foto: kris krüg (CC BY-NC-ND 2.0)
2013 Esri International User Conference en San Diego. Foto: kris krüg (CC BY-NC-ND 2.0)
2013 Esri International User Conference en San Diego. Foto: kris krüg (CC BY-NC-ND 2.0)
2013 Esri International User Conference en San Diego. Foto: kris krüg (CC BY-NC-ND 2.0)

“Un relato mejor que cuente las bondades de la globalización”, esa fue la demanda unánime de los asistentes al último encuentro de think-tanks del G-20 celebrado en Berlín la semana pasada. Pero quizás esa historia no la contemos ninguno de los asistentes sino una máquina.

Puede que el relato que mitigue nuestras ansiedades y preocupaciones lo produzca mejor un programa que analice nuestros patrones de compra, las películas que vemos o nuestras búsquedas en internet. De hecho el lector podría en este momento estar leyendo un artículo generado por un software NLG (Natural Language Generation) que produce texto en lenguaje humano a partir de datos que pueden leer máquinas.

El uso masivo de datos y su analítica a partir de modelos matemáticos anuncian la llegada de la próxima revolución cognitiva de la humanidad. Seguimos pensando en gran medida como el cazador-recolector de hace 10 mil años con un lenguaje más rico y sofisticado tras leer la editorial de The Economist (que este número sale en defensa de la inteligencia no artificial). En un futuro no muy lejano la interpretación de nuestra realidad se basará también en predicciones realizadas en base a algoritmos matemáticos. Quizás, seguiremos siendo mentalmente cazadores, pero más precisos.

Asistimos al prólogo de una transformación similar a la aparición de la imprenta o la de los medios de comunicación masivos que dio lugar a instituciones y reglas de gobierno que permitieron el desarrollo de la libertad de expresión y los flujos de información esenciales para la sociedad democrática. En el campo del conocimiento significará algo semejante a la evolución de las humanidades a las ciencias sociales.

El papel del experto o del especialista, cuyos juicios se basan en el conocimiento acumulado, el acceso a información limitada, la intuición o sus relaciones con otros expertos tendrá que ser reevaluado. No desaparecerán los expertos especialistas pero su trabajo deberá ser complementado o apoyado con científicos de datos. El negocio del conocimiento, el modelo de think-tank no podrá permanecer inalterable, sin acometer cambios profundos en la forma en que procesan su información e interpretan los hechos. Pasaremos del paradigma de la causalidad al de la correlación. Será una lección de humildad para todos. Al fin y al cabo ningún experto supo predecir la caída del Muro, la primavera árabe o el colapso de la Unión Soviética. Quizás su trabajo se centre más a partir de ahora no en buscar las causas de los hechos sino en descubrir las tendencias del porvenir.

Esta transición tendrá un impacto en la toma de decisiones y en la forma en que organizamos nuestras sociedades, la economía y la política. Las decisiones basadas en datos son ya parte esencial de nuestros sistemas financieros o de las estrategias de empresas y de gobiernos. Un estudio reciente del MIT demuestra que las empresas que basan sus decisiones en analítica de datos son un 6% más rentable y un 4% más productivas.  Una farmacéutica coreana nombró a un algoritmo como miembro de su consejo de administración, quizás el más independiente de la dirección. La inteligencia artificial permitirá introducir elementos de independencia en la toma de decisiones al liberarla de los prejuicios y las percepciones basadas en experiencia personal no contrastada con los hechos o los vínculos personales. Todo el mundo sabe que las agendas personales no siempre coinciden con las de su institución.

Sin embargo, todo cambio plantea también riesgos. Ángela Merkel criticó hace unas semanas que la falta de transparencia de los algoritmos nos dejan indefensos ante la manipulación de nuestra percepción. Necesitamos nuevas reglas para un juego nuevo. Nuestras instituciones, analógicas, no están preparadas para regular de forma efectiva la protección de nuestros derechos frente al poder de los Señores de los Datos, como los denominan Cukier y Mayer-Schönberger en su último libro sobre Big Data).

Hoy en día las corporaciones almacenan en un día más datos sobre nosotros que los servicios de la Stasi durante sus 30 años de vida. Mientras que el acceso a las herramientas para generar inteligencia a partir de datos se ha democratizado, el acceso a los datos sigue siendo en gran medida patrimonio de gobiernos y empresas. Ese inmenso tesoro oculto permitiría usos de los que se podría beneficiar toda la sociedad en su conjunto. El “oro” de los datos no está en la información que guardan sino en el uso que se les pueda dar en el futuro. Por eso algunos gobiernos como el Reino Unido o Estados Unidos han comenzado a liberar de la custodia de las autoridades los datos que pertenecen a sus ciudadanos.

Pero al igual que la aparición de la imprenta trajo consigo los intentos organizados de censura y control, que finalmente fueron superados por la regulación y la responsabilidad, también la supervisión independiente y la corresponsabilidad (de usuarios, gobiernos y compañías) debe ser la vía para limitar los riesgos en el abuso del uso de nuestra información. No sabemos si será necesaria una “regulación de los algoritmos” como el título anticipa pero sí una nueva mentalidad, innovadora, abierta y responsable, que permita socializar los beneficios de la tecnología, como reducir el riesgo de pandemias globales y luchar contra la desigualdad o el cambio climático, limitando los riesgos de la apropiación de algo, la información que nos pertenece a todos.