Guerras de (des)información

(Dis) information warfare. Imagen via website of the Russian Ministry of Foreign Affairs. Elcano Blog
Image of a news classified as fake via website of the Russian Ministry of Foreign Affairs.
Guerras de (des)información. Imágen vía Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. Blog Elcano
Imagen de una noticia calificada como falsa vía web del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia.

Por las redes sociales se lanzó recientemente el bulo de una violación a una adolescente cerca del lugar donde en Lituania, bajo mando alemán, está estacionando un millar de tropas de refuerzo de la OTAN. Esta vez, la falsa noticia –que la Alianza y el Gobierno lituano atribuyeron una vez más a una Rusia que no gusta de estos despliegues– no caló. Más éxito había tenido hace un año otra similar de que una chica de origen ruso que supuestamente había sido violada por inmigrantes en Alemania. La noticia resultó ser falsa. Estamos en las guerras de información. Es algo distinto de la ciberdefensa y los ciberataques, en los que muchos países y organizaciones (incluyendo la OTAN) están inmersos y también van en aumento.

El ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, anunció en enero la existencia de un “ejército para las operaciones de información” que, según otras fuentes, contaría con un millar de “soldados informáticos” encargados de lo que antes se llamaba Agitación y Propaganda (Agitprop). Shoigu afirmó que este ejército será “mucho más competente y poderoso que la antigua contra-propaganda [soviética]”. En febrero, el Ministerio de Asuntos Exteriores de esa gran potencia inauguró en su página web una sección para calificar de falsas o falseadas (fake news) noticias de The New York Times, del Financial Times y de otros medios, aunque según la portavoz María Zakharova, éstos pueden pedir que se retire el artículo cuestionado. “¿Cómo nos pueden acusar a nosotros de diseminar información no veraz cuando las agencias gubernamentales y los medios [occidentales] hace lo mismo contra Rusia?”, consideró. Una crónica de The New York Times señalaba que inspirándose en “una práctica del presidente Trump, Rusia parece calificar de falso cualquier artículo que no le guste”. Claro que Trump lo hace con parte de los medios de su país –“el enemigo del pueblo americano”–. El Ministerio ruso no valora los medios rusos, sólo los extranjeros. Por su parte, algunos medios europeos han empezado a tener secciones propias para denunciar noticias que detectan como falsas. Es decir, que esta es una guerra en la que participan no sólo los gobiernos sino también las sociedades civiles. Pero es desde el gobierno que Alemania propone una ley que haga responsables a las redes sociales de retirar las noticias que lleven que fomenten el odio o sean manifiestamente falsas. Puede marcar una pauta.

Todo esto no es nuevo. La historia está llena de noticias falsas utilizadas con fines políticos o geopolíticos. Octavio las usó contra Marco Antonio. EEUU las blandió contra España para lanzarse a la guerra de Cuba en 1898. Y los nazis las extremaron. Ya dijo Winston Churchill que “en tiempos de guerra, la verdad es tan preciada que debe ser siempre protegida por guardaespaldas de mentiras”. Pero no estamos en guerra, ni siquiera fría –es otra cosa– y el alcance de la desinformación es mucho mayor debido a la capacidad de llegar a comunidades enteras a través de las redes sociales e Internet. Hay un gran pulso por detrás de todo esto. Vladimir Putin, antiguo funcionario del KGB, anunció en 2013 su intención de “romper el monopolio anglo-sajón sobre las corrientes de información global”. El presidente del Comité Militar de la OTAN, el general checo Petr Pavel, ha alertado de que hay que esperar más noticias falsas por parte de Rusia, del tipo de la mencionada al principio.

La idea de “operaciones de información” a la que se refirió Shoigu se encontraba ya en la doctrina militar rusa publicada en 2014. Y antes también. Según recoge Deborah Yarsike Ball en un estudio para el Colegio de Defensa de la OTAN, el jefe del Estado Mayor ruso, el general Valery Gerasimov, recalcaba en 2013 que “el papel de los medios no militares para la consecución de objetivos estratégicos ha crecido, y en algunos casos ha superado en su efectividad al del uso de la fuerza”. Cabe añadir a todo esto la “educación patriótica” para el “ejército de jóvenes” de siete a 16 años, creado el año pasado por el citado Ministerio de Defensa ruso.

Todos ahora están en estas guerras de información. Las últimas filtraciones de Wikileaks también lo muestran en parte en el caso de EEUU. Pero en estas guerras, las formas de escalada están aún por verse. Europa está temerosa del impacto que estas noticias falsas puedan tener en las próximas elecciones francesas o alemanas, además de los posibles efectos de los ataques cibernéticos que han llevado a Francia, tras el abandono del recuento electrónico en Países Bajos, a suspender el voto por Internet en las próximas legislativas ante el temor a los hackers.

La UE, como parte de un plan en curso sobre comunicación estratégica, ha puesto en pie una operación mucho más modesta para contrarrestar las noticias falsas rusas que se difunden a través de RT (la antigua Russia Today, en varios idiomas) o la agencia sputniknews.com. La UE ha montado, el programa o grupo de trabajo East Stratcom, sin presupuesto propio, integrado en el Servicio Europeo para la Acción Exterior (SEAE), para analizar las noticias falsas provenientes de medios rusos, intentando hacerlo en tiempo casi real en lo que se refiere a lo publicado en Twitter y Facebook, además de por medio de una Revista de Desinformación. Cuenta con una red de colaboradores de varios centenares, pero el núcleo lo forman sólo una decena de personas. Hay una cierta descompensación de capacidades, y por eso piden la ayuda de los Estados miembros.

No es sólo el Kremlin el que ha creado lo que Yarsike Ball califica de “un mundo de sesgos, en el que la verdad es negociable”. Sobre todo, cuando no resulta demasiado caro ni difícil, y se puede hacer de forma oculta o anónima.