Euroescepticismo y populismo. ¿El huevo o la gallina?

Autobús de campaña de UKIP se encuentra con manifestantes en su contra en febrero de 2015. Foto: Graham Ó Síodhacháin / Flickr (CC BY-SA 2.0)
Autobús de campaña de UKIP se encuentra con manifestantes en su contra en febrero de 2015. Foto: Graham Ó Síodhacháin / Flickr (CC BY-SA 2.0)
Autobús de campaña de UKIP se encuentra con manifestantes en su contra en febrero de 2015. Foto:  Graham Ó Síodhacháin / Flickr (CC BY-SA 2.0)
Autobús de campaña de UKIP se encuentra con manifestantes en su contra en febrero de 2015. Foto: Graham Ó Síodhacháin / Flickr (CC BY-SA 2.0)

La Unión Europea atraviesa una situación de incertidumbre y convulsión desde que estallara la crisis de 2007. Sus medidas de austeridad ineficientes, su escaso liderazgo y el incierto modelo para el futuro hacen tambalearse los cimientos. Esto, junto a disyuntivas más recientes como la crisis de los refugiados o el terremoto generado por el Brexit, son los temas centrales que han desestabilizado el proyecto común y han generado dos dinámicas en clara ascendencia: el euroescepticismo y el populismo.

La reciente publicación del Pew Research Center sobre opinión pública europea respecto de las políticas económicas, competencias, liderazgo etc. de la Unión ha generado una gran inquietud al revelar un drástico crecimiento del euroescepticismo. Resultan preocupantes los datos que dan en global un empate técnico entre la opinión favorable (51%) y la contraria (47%) al proyecto de la UE. Esta opinión favorable ha caído en torno a un 10-15% en gran parte de sus países en apenas diez años. Y todo ello antes de que saliera mayoría para el Brexit, opción que se veía como algo negativo para el 70% de los encuestados. Ahora, con la futurible salida por primera vez de un país miembro, preocupa el efecto “snowball” en países con situaciones más precarias y/o peor opinión interna hacia la UE como Francia o Italia, siendo estos países clave para el euro.

De forma paralela se ha producido otro fenómeno político drástico e inquietante, el crecimiento del populismo en los parlamentos europeos e incluso en los gobiernos de algunos países, tanto de derechas como de izquierdas, pero con al menos un factor unificador: el rechazo a las políticas de Bruselas o incluso al proyecto de la Unión en su conjunto.

Los casos más sonados por la izquierda, el gobierno de Syriza en Grecia o el partido Podemos en España, que sigue como tercera fuerza a pesar de su importante bajada de votos; y por la derecha, el auge de Amanecer Dorado en la misma Grecia, el Frente Nacional en Francia, o el partido finlandés Verdaderos Finlandeses, tercera fuerza parlamentaria.

El populismo como ideología política centra su argumentario en ser la voz a las bases sociales y representar la que según ellos es la “verdadera voluntad popular” alejada de las “manipulaciones y corruptelas de las élites”. Como resumía el profesor de ideologías políticas Ángel Rivero, el populismo dice “voz del pueblo, voz de Dios”.

Es por ello que resulta lógico que en el sur de Europa predomine el populismo de izquierdas centrado en las situaciones sociales más desfavorables, el paro descontrolado y los recortes sociales; y en el norte por el contrario tenga preponderancia el populismo de derechas, conservador, xenófobo y anti-inmigración, defensor de la identidad y de la soberanía nacional. Lo preocupante es que estas dos vertientes catalicen de forma exitosa la culpa de ciertas situaciones indeseables cargando contra las políticas de Bruselas, posiblemente como reflejo de un descontento más relacionado con la globalización, la desigualdad o la débil posición de Europa en el mundo, problemas no directamente conectados con la propia UE. Más allá de la explicación subyacente, el hecho concreto es que funciona la crítica a la falta de liderazgo y al proyecto dentro de la UE, por lo que se sigue: mejor fuera.

Sería difícil discernir si la situación de la Unión ha generado este euroescepticismo que se ha conducido a través del populismo, o si el populismo ha articulado un argumento antieuropeísta que ha encontrado un fuerte apoyo. ¿El euroescepticismo ha generado populismo o al revés? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? El caso es que se retroalimentan y crecen de la mano.

No obstante es cierto que hay motivos para no entrar en pánico. La desafección hacia la UE no implica directamente que todo ese porcentaje de la población quiera que su país la abandone; la mayoría de los parlamentos y los gobiernos siguen teniendo una mayoría de apoyo a la permanencia; e incluso los partidos populistas o antieuropeístas han relajado sus posturas según ascendían y cuando han llegado a posiciones de poder y de toma de decisiones no han llevado a cabo sus grandes “amenazas” a la Unión.

Aun así, en un momento en que urge en la Unión Europea dar un paso hacia adelante, la socialdemocracia y la democracia cristiana parecen acorraladas, con la crisis y la austeridad como yugos respectivamente, y la opción más vigorosa y con mejor perspectiva, al menos, parece que prefiere dar el paso hacia atrás.