El mundo de mañana

Pantalla de aviso de alerta durante el brote del coronavirus (COVID-19) de Wuhan en Hefei, Anhui, China. Foto: Zhou Guanhuai (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0). Blog Elcano
Pantalla de aviso de alerta durante el brote del coronavirus (COVID-19) de Wuhan en Hefei, Anhui, China. Foto: Zhou Guanhuai (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)
El mundo de mañana. Pantalla de aviso de alerta durante el brote del coronavirus (COVID-19) de Wuhan en Hefei, Anhui, China. Foto: Zhou Guanhuai (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0). Blog Elcano
El mundo de mañana. Pantalla de aviso de alerta durante el brote del coronavirus (COVID-19) de Wuhan en Hefei, Anhui, China. Foto: Zhou Guanhuai (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)

Una pandemia no tiene por qué producir necesariamente un cambio geopolítico en el mundo. La gripe española de 1918 mató a entre 20 y 40 millones de personas, entre el 1 y el 2,7% de la población mundial de entonces, según las estimaciones que se tomen. Cuando estalló la pandemia, la I Guerra Mundial estaba en sus últimos compases y la derrota de los Imperios Centrales ya se veía en el horizonte. A pesar de su enormidad, la gripe española no alteró el panorama geopolítico en absoluto. En el momento en el que comenzó ya estaba todo el pescado vendido, por así decirlo.

Con el COVID-19 posiblemente sea diferente. El COVID-19 ha llegado en un momento en el que ya estaba en marcha el cambio geopolítico que supone el auge de China y el declive de EEUU. Además, la globalización e interconexión de todo el planeta, que está asegurando la rápida diseminación del virus, también hará que sus efectos geopolíticos sean mayores. Voy a centrarme a continuación en lo que cabe esperar en Eurasia.

Lo primero que cabe esperar de la crisis del COVID-19 es que acelere el ascenso de China. China ha transmitido una imagen de eficacia, liderazgo y solidaridad internacional durante la crisis. En buena medida ha jugado el papel que solía jugar EEUU, y este último ha reaccionado tarde a la crisis y sin visión estratégica. Tras semanas de negar su seriedad, en estos momentos es el tercer país en número de contagiados y subiendo. Si ya antes del COVID-19, la percepción es que EEUU se estaba desentendiendo crecientemente de Asia, es probable que el COVID-19 y sus consecuencias económicas lleven a unos EEUU aún más disociados de Asia. Esto pondrá en dificultades a aquellos países de la región cuya política exterior dependía más de la alianza norteamericana y que no tienen una asociación alternativa a la que aferrarse: Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.

Otro país que está jugando a la negación es Rusia. Antes de la crisis, la política exterior rusa se definía por dos variables: 1) recuperar y ejercer su primacía en su vecindario, y 2) defender un modelo internacional alternativo al occidental, en alianza con China. Es de prever que ambas tendencias continúen, pero si el COVID-19 le golpea y la bajada de los precios del petróleo prosigue, la Rusia posterior a la crisis será un país debilitado y su peso en la alianza con China será aún menor que en el pasado.

Japón había conseguido en el último año y medio mejorar las relaciones con China, desactivar una potencial guerra comercial con EEUU e insuflar un poco de vida al moribundo Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, según sus siglas en inglés). La crisis del COVID-19 le llega en un momento en el que su economía estaba intentando recuperarse de la subida del 2% del IVA y del tifón Hagibis. Posiblemente tras la crisis Japón se encuentre dependiendo un poco más de China, tanto política como económicamente.

Por el momento India está capeando el temporal de COVID-19. Lo más probable es que la crisis no suponga un cambio sustancial en su política exterior. India seguirá siendo esa potencia reticente, que no acaba de creerse que lo es y que se siente más cómoda jugando en su vecindario que intentando tener un papel relevante en la política mundial.

En el caso de los Estados de ASEAN, el COVID-19 significará una todavía mayor influencia de China sobre la Asociación. Resulta significativo que uno de los primeros esfuerzos de los Estados miembros de ASEAN por coordinarse ante la pandemia fuese la celebración de una reunión de sus ministros de Asuntos Exteriores con el chino el 20 de febrero en Vientiane para discutir medidas conjuntas ante la pandemia. Fue una reunión que no se limitó al aspecto sanitario de la crisis, sino que también abordó sus impactos sociales y económicos y el uso de la tecnología para gestionarlos. Posteriormente, a medida que los casos se multiplicaban en varios de los miembros de la Asociación, China ha realizado envíos de material sanitario, que le han servido para proyectar una imagen novedosa de nuevo hegemón benévolo.

La crisis también ha puesto de manifiesto la gran dependencia que los Estados miembros de ASEAN tienen de la economía y turismo chinos. Sin embargo, no es previsible que los Estados miembros hagan nada para alterar esta dependencia en un contexto en el que el desinterés norteamericano y la debilidad europea no les dejan alternativa.

¿Y dónde está la UE en todos estos cambios? Ni está, ni se la espera. La imagen de la UE en la región nunca se recuperó completamente de la crisis de 2008. Fue el momento de la revancha para los Estados asiáticos que tenían que haber soportado las lecciones que Occidente les dio con motivo de la crisis asiática de 1997. Posteriormente el Brexit y ahora la reacción descoordinada de Europa, que se ha convertido en el nuevo epicentro de la pandemia, no han hecho sino reforzar esa imagen de Europa como un continente que se ha quedado obsoleto y está cayendo en la irrelevancia. Existe un término alemán para describir como no pocos en el Sudeste Asiático miran ahora a Europa: Schadenfreude.