De París a Bruselas y (desgraciadamente) más allá

Flores y mensajes en la entrada de la estación del metro de Maelbeek/Maalbeek en la Rue de la Loi/Wetstraat tras los atentados del 22 de marzo de 2016 en Bruselas. Foto: Zinneke vía Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual. Blog Elcano
Flores y mensajes en la entrada de la estación del metro de Maelbeek/Maalbeek en la Rue de la Loi/Wetstraat en Bruselas tras los atentados del 22 de marzo. Foto: Zinneke vía Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual.
Flores y mensajes en la entrada de la estación del metro de Maelbeek/Maalbeek en la Rue de la Loi/Wetstraat tras los atentados del 22 de marzo de 2016 en Bruselas. Foto: Zinneke vía Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual. Blog Elcano
Flores y mensajes en la entrada de la estación del metro de Maelbeek/Maalbeek en la Rue de la Loi/Wetstraat en Bruselas tras los atentados del 22 de marzo. Foto: Zinneke vía Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual.

Sin ningún ánimo alarmista es inmediato pronosticar que, tras el registrado el pasado día 22 en Bruselas, habrá nuevos atentados terroristas en Europa. Solo queda por determinar el lugar –sabiendo que todos estamos en la lista– y la fecha –conscientes de que a los yihadistas les vale cualquiera. Mientras entramos en tan angustiosa espera ya podemos constatar que:

  • El grueso de los comentarios críticos se ha centrado en responsabilizar a los servicios de seguridad belgas de lo ocurrido. Es cierto que el modelo de inteligencia y de seguridad belga es manifiestamente mejorable en muchos aspectos operativos. Pero conviene no olvidar que el hecho de que Bélgica sea (proporcionalmente) el país de la Unión Europea que más individuos está aportando al yihadismo internacional, o que algunos de sus nacionales sean responsables directos de matanzas como las vividas en París y la propia Bruselas, no tiene tanto que ver con la responsabilidad de sus aparatos de seguridad, como con decisiones políticas que derivan en una compleja organización territorial y en la tolerancia de décadas con los procesos de radicalización que se han vivido en su seno, así como un fracaso de sus sistemas educativos, de integración laboral y social de una parte considerable de su población. Todo ello sin dejar que lado la obviedad de que, frente a un terrorismo indiscriminado y suicida, no es posible garantizar plenamente la seguridad de ninguna sociedad abierta.
  • La apelación a la unidad, la cooperación y la coordinación volverán a quedarse en meros automatismos discursivos que no lograrán vencer las reticencias de muchos a compartir información en recursos e información, atrapados en un bucle nacionalista que sigue creyendo equivocadamente que “información es poder” (sirva de ejemplo el hecho de que uno de los terroristas fuera extraditado por Turquía a Países Bajos el pasado año, sin que eso llegase aparentemente a oídos de la seguridad belga). La amenaza terrorista nos afecta a todos, pero parece que estamos condenados a aprender únicamente a golpes y mientras algunos crean que esto no va con ellos, preferirán mantenerse al margen. Todos demandan coordinación pero nadie quiere ser coordinado, por entender que eso supone subordinarse a otros con los que no siempre se está de acuerdo en materias tan sensibles como la defensa de los intereses vitales de cada uno.
  • La islamofobia cobra fuerza a ojos vista hasta el punto de que son muchos los gobiernos de la Unión que no se atreven a asumir sus obligaciones (como se comprueba diariamente ante la crisis de refugiados que se agolpan a nuestras puertas), por temor a verse relegados por partidos populistas, xenófobos y crecientemente racistas, que juegan a favor de corriente de una crisis que está cuestionando las bases de nuestros modelos de bienestar y desarrollo. Son muchos también los gobiernos que renuncian a llevar a cabo una labor de pedagogía política para explicar a su propia población las consecuencias de la globalización, mientras que, por el contrario, no son pocos los que se encargan de sobredimensionar la gravedad de la amenaza del terrorismo yihadista (en absoluto existencial para nuestros países), en un intento por seguir recortando las libertades y derechos que nos definen como sociedades democráticas y abiertas.
  • Bélgica cae en la misma tentación militarista en la que ya hemos visto a otros, como Francia. El gobierno belga anuncia su decisión de enviar también algunos cazas a Oriente Medio para luchar contra Daesh, sabiendo que más allá del simbolismo que eso implica, en nada va a mejorar su seguridad ni la probabilidad de desmantelar el califato que Abu Bakr al-Baghdadi proclamó hace ya casi dos años. Ese tipo de medidas cortoplacistas no van acompañadas de medidas políticas, sociales y económicas que sirvan para hacer frente a las causas estructurales que explican el auge del terrorismo. Sin perder de vista que hay otros responsables, resulta dramático comprobar la falta de reacción de nuestros gobiernos para cuestionar nuestras políticas exteriores (mirando para otro lado ante golpes de Estado como el de Egipto o manteniendo relaciones con sátrapas y dictadores de variado perfil), de seguridad (yendo más allá de medidas puramente militares) y de integración (contando con que el problema no viene solamente de fuera, sino que germina en nuestro propio suelo).
  • Y, mientras tanto, la Unión Europea no parece en condiciones de dar la talla. Como consecuencia combinada de la parálisis política, provocada por la imposibilidad de sacar adelante el Tratado Constitucional, y de la posterior parálisis económica, en la que llevamos sumidos desde 2008, los Veintiocho transmiten una inquietante imagen de inoperancia que puede poner en peligro hasta el propio proceso de unión política que tanto necesitamos.

En estas condiciones es imposible evitar la sensación de que, tanto por acción como por omisión, estamos concediendo ventajas a los terroristas. Y no dudarán en aprovecharlas.