Cambio de gobierno en Argentina

Encuentro de Mauricio Macri (presidente saliente) y Alberto Fernández (presidente electo) en la Casa Rosada, tras las elecciones presidenciales en Argentina (28/10/2019). Foto: Víctor Bugge / Casa Rosada (Presidencia de la Nación Argentina) (CC BY 2.5 ar)- Blog Elcano
Encuentro de Mauricio Macri (presidente saliente) y Alberto Fernández (presidente electo) en la Casa Rosada, tras las elecciones presidenciales en Argentina (28/10/2019). Foto: Víctor Bugge / Casa Rosada (Presidencia de la Nación Argentina) (CC BY 2.5 ar)
Encuentro de Mauricio Macri (presidente saliente) y Alberto Fernández (presidente electo) en la Casa Rosada, tras las elecciones presidenciales en Argentina (28/10/2019). Foto: Víctor Bugge / Casa Rosada (Presidencia de la Nación Argentina) (CC BY 2.5 ar)- Blog Elcano
Encuentro de Mauricio Macri (presidente saliente) y Alberto Fernández (presidente electo) en la Casa Rosada, tras las elecciones presidenciales en Argentina (28/10/2019). Foto: Víctor Bugge / Casa Rosada (Presidencia de la Nación Argentina) (CC BY 2.5 ar)

El próximo 10 de diciembre Mauricio Macri entregará el bastón y la banda presidencial, signos de la potestad de su cargo, a su sucesor y rival político Alberto Fernández. Más allá del simbolismo del acto, plenamente instalado en la que debería ser la liturgia democrática, destaca su carácter histórico. En efecto, es la primera vez desde los años 30 del siglo pasado que un presidente civil no peronista y elegido democráticamente logra terminar su mandato. En medio del ruido mediático impuesto por la crisis económica y la extrema polarización presente en Argentina, a la que coloquialmente se conoce como la grieta, este extremo suele ser pasado por alto por la mayor parte de los analistas y los periodistas, pese a la enorme carga simbólica y política que tiene.

Cuando en noviembre de 2015 Macri fue elegido en segunda vuelta, por un ajustado margen de votos y apoyado por una coalición política que estaba en franca minoría en el Parlamento, lo que se subrayó prácticamente por unanimidad fue que lo importante era que pudiera terminar pacíficamente su mandato. Por aquel entonces la reelección aparecía como una lejana quimera. Por tanto, para entender el efecto simbólico del próximo traspaso presidencial habría que detenerse brevemente en la forma traumática en que Raúl Alfonsín (1989) y Fernando de la Rúa (2001) abandonaron la Casa Rosada. Todo ese dramatismo quedó reflejado en la forma en que Carlos Menem (1989) y Néstor Kirchner (2003) llegaron al poder y en el desarrollo temprano de sus gobiernos.

En los dos casos (1989 y 2001) la crisis económica imperante fue acompañada de una crisis política, realzada por el fin precipitado de las presidencias radicales. La sensación resultante era que a partir de ahí había que (o se podía) comenzar de cero. Hoy esto no ocurre. A diferencia de 2015, cuando Cristina Fernández evitó estar presente en el acto de traspaso, esta vez el acto se ejecutará con total normalidad y con total compromiso democrático por la administración saliente, lo que garantiza que no habrá interrupción de ningún tipo en el funcionamiento institucional.

Políticamente también hay grandes diferencias. En los dos anteriores desembarcos peronistas los nuevos presidentes llegaban acompañados de una fuerte impronta de legitimidad, no solo por haber ganado las elecciones (pese a que Kirchner no pudo disputar la segunda vuelta por el abandono de Menem), sino de una omnipotente aureola de que el futuro únicamente les pertenecía a ellos. Es decir, la Argentina no tenía remedio sin el peronismo, a tal punto que fuera de él la gobernabilidad era algo prácticamente imposible.

En la primera vuelta de las elecciones del 27 de octubre Macri obtuvo el 40,28% de los sufragios válidos frente al 48,24% de la fórmula Fernández y Fernández. Pese a lo apabullante de las cifras, el resultado final estuvo por debajo de las expectativas de peronistas y kirchneristas que esperaban ganar por más del 50% y con una diferencia de al menos 15 puntos porcentuales respecto al macrismo. Esto no ocurrió y deja un importante caudal de votos en manos de la futura oposición, lo que es una cifra considerable. Más aún, fueron los sectores que terminaron apoyando a Macri los que realmente se movilizaron en la recta final de la campaña frente a un peronismo bastante desmovilizado y temeroso de enseñar su perfil más kirchnerista y populista.

Con ese respaldo electoral Juntos por el Cambio obtuvo importantes ganancias tanto en el Congreso como en el Senado. En la Cámara de Diputados la coalición de macristas y radicales es la primera minoría, mientras que en el Senado es el peronista Frente de Todos quien ostenta la mayoría, pero careciendo de los 2/3 necesarios para impulsar determinados nombramientos. Esta situación debería llevar al nuevo Poder Ejecutivo a tener presente tanto a la primera fuerza de oposición como a los nutridos grupos sociales, preponderantemente urbanos, que la respaldaron.

Pero estos grupos no salieron a la calle únicamente para apoyar a Macri. Lo hicieron en respaldo de sus reivindicaciones republicanas y democráticas, para fortalecer las instituciones y combatir la corrupción. Y esta movilización, sin duda, tendrá un impacto sobre los jueces, especialmente aquellos más sensibles a adaptar sus sentencias y resoluciones en función de cómo sopla el viento político. De hecho algunos movimientos judiciales vinculadas con algunas causas sensibles de la lucha contra la corrupción insinuados semanas atrás fueron frenados a partir de las movilizaciones populares a favor de Macri.

Sin embargo, este es el momento en que quien debe empezar a mover ficha, a despejar incógnitas, a develar sus equipos es el presidente electo, aunque, por ahora, poco de eso ha ocurrido. Una de las razones que explican su claro triunfo fue su capacidad de reunificar al peronismo de cara a la elección, una reunificación que permitió la convergencia de los distintos sectores justicialistas junto con el añadido del kirchnerismo. Lo que todavía no se sabe, pero que tendrá un fuerte impacto futuro, es si el peronismo logrará mantener su unidad o si, pasado algún tiempo, volverá a fragmentarse. Tampoco sabemos lo que pueda ocurrir con el kirchnerismo en el supuesto de que se produzca tal implosión: ¿mantendrán los grupos K sus vínculos con el peronismo o emprenderán finalmente un camino autónomo con el propósito de construir un potente movimiento de corte izquierdista bajo el liderazgo de Cristina Fernández?

De momento Alberto Fernández se va mostrando como el verdadero referente del poder. Pero no las tiene todas consigo ya que enfrenta una coyuntura interna muy complicada, especialmente por el deterioro económico. También el frente externo, especialmente la realidad regional, emerge con marcadas contradicciones y conflictos en potencia. El principal diferendo es con Brasil y no tanto por un problema de personalidades incompatibles entre Fernández y Bolsonaro, sino porque mientras el proyecto del primero, salvo que mañana se demuestre lo contrario, pasa por el restablecimiento del proteccionismo, la apuesta del segundo, impulsada por su ministro de Economía Paulo Guedes, es una mayor apertura al mundo. En el trasfondo hay un probable acuerdo de Libre Comercio entre Brasil y Estados Unidos que podría comprometer seriamente el futuro del Mercosur. Se verá.