Británicos sin proyecto

Británicos sin proyecto. Foto: © European Union, 2017 / Etienne Ansotte.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, recibe a Theresa May, primera ministra de Reino Unido (8/12/2017). Foto: © European Union, 2017 / Etienne Ansotte.
Británicos sin proyecto. Foto: © European Union, 2017 / Etienne Ansotte.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, recibe a Theresa May, primera ministra de Reino Unido (8/12/2017). Foto: © European Union, 2017 / Etienne Ansotte.

El acuerdo sobre la primera fase dibuja indirectamente, a través del Ulster, un Brexit “blando”, es decir, de algún modo dentro del Mercado Único y la Unión Monetaria. Pero más allá de salirse de la UE, y sin tener aún claro en qué términos, el Reino Unido no tiene proyecto para su lugar en el mundo. La idea de Global Britain, que tanto maneja el gobierno de Theresa May, está aún vacía. Es una cuestión que se debate poco. Demasiado poco.

La obsesión que inculcó Ortega y Gasset y otros en España sobre la necesidad de un proyecto de país no se da entre los británicos, sociedad poco dada a los grandes principios, y donde impera un pragmatismo nada exento en muchas ocasiones de cinismo, pero que sabe mirar al futuro para intentar forjarlo. No se trata sólo de un proyecto de país hacia fuera, sino también hacia dentro. Tampoco lo hay. La reciente dimisión de la comisión gubernamental para combatir la desigualdad es todo un ejemplo. Pues los defensores del Brexit prometían más seguridad social y menos desigualdad, y esta comisión ha llegado a la conclusión de que va a ocurrir lo contrario, sin que el gobierno conservador de May haga nada por remediarlo. Su presidente, Alan Milburn, era laborista, pero su segundo en la citada comisión era conservador.

Cuando, ante el próximo Consejo Europeo, el Reino Unido y la UE se aprestan a abrir la segunda fase de las negociaciones, la del período transitorio tras el 29 de marzo de 2019 y la que definirá la relación futura del Reino Unido con la Unión, las energías que están exigiendo este inmenso esfuerzo del Brexit en Londres están impidiendo evocar un proyecto más general, sobre qué tipo de sociedad quiere la británica ser y su lugar y política en el mundo. De hecho, la influencia mundial del Reino Unido ha estado ausente desde el referéndum sobre el Brexit, que ha impedido cualquier iniciativa diplomática importante por parte de Londres.

May ha hablado de ese supuesto proyecto de futuro en varias ocasiones, pero de forma superficial. En su discurso en Lancaster House en enero pasado, afirmó que el gobierno tenía un Plan para Gran Bretaña, que resumió en el lema de Global Britain. “El gran premio para este país, la oportunidad que tenemos por delante”, dijo en aquella ocasión, “es utilizar este momento para construir una Gran Bretaña verdaderamente global. Un país que alcance a viejos amigos y nuevos aliados por igual. Una gran nación, global, comercial. Y una de las defensoras más firmes del libre comercio en cualquier parte del mundo”. Tampoco fue mucho más lejos en términos de visión en su discurso de Florencia, en septiembre pasado aunque entonces sí dijo algo no por evidente menos importante: Gran Bretaña se marcha de la UE, pero no de Europa, por lo que pidió una asociación, también en el terreno de la seguridad.

Claro que la Gran Bretaña Global dependerá no sólo de sí misma sino de la relación que fragüe con la UE, y de cómo evolucione la política de EEUU con Trump y el “trumpismo” o lo que venga después (¿y cuándo?, pues el presidente puede ser tanto destituido como reelegido). Maximizar el libre comercio no parece una aspiración de la actual Casa Blanca. Además, las relaciones entre May y Trump no van bien –la última cuestión de Jerusalén incluida– a pesar de la “relación especial” que une a ambos países.

May está luchando por su propia supervivencia frente a los unionistas del Ulster, cuyo apoyo necesita en el Parlamento, las tensiones en su propio Partido Conservador para reemplazarla y la presión del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, que sube en las encuestas. Pero tampoco en el laborismo hay verdadero debate sobre la cuestión, aunque Corbyn se ha declarado partidario de cooperar con la UE, y no sólo con la OTAN, en misiones militares.

El Legatum Institute, una institución que defiende activamente el Brexit “duro”, radical, ha presentado un programa sobre “el país que queremos ser” y ha hecho unas propuestas en un documento titulado “El punto de inflexión del Brexit: El camino a la prosperidad”. Como han diseccionado en el Financial Times Martin Wolf y otros, no se tiene en pie, fundamentalmente porque sus puntos de partida son erróneos (por ejemplo, respecto a que la pertenencia británica a la UE ha frenado el comercio mundial, a que la Organización Mundial del Comercio esté esperando un “liderazgo británico” o a que el gobierno no se tiene que dejar maniatar y presionar por el calendario en las negociaciones del Brexit, cuando se está viendo lo contrario). El informe reconoce la importancia del período transitorio de salida tras 2019 para la posterior aportación británica a un mundo de libre cambio, pero considera que lo que hay sobre la mesa no vale. Pide que el Reino Unido salga urgentemente del Mercado Único y de la Unión Aduanera de la UE, al considerar que eso maximizaría los beneficios y minimizaría los costes del Brexit. Tampoco hay una gran visión más allá del Brexit que realmente valga. Más bien, como la califica Martin Sandbu, se trata de una “nostalgia pre-1914”.

Otra organización brexitera, significativamente llamada Global Britain, ha publicado un informe en la misma línea de eliminación global de aranceles: “Hacerse global sin demora”. La cuestión es que el Reino Unido se estaba globalizando más dentro de la UE. Está por ver que ocurrirá fuera.

Como se ha recogido estos días, antes de que el Reino Unido ingresara en las Comunidades Europeas en 1973 tenía claro lo que quería: cambiar a Europa desde dentro. Lo consiguió a medias, frenando más que impulsando, a pesar de lo cual la construcción europea ha avanzado de forma espectacular aunque insuficiente. Ahora Londres ha perdido esa capacidad incluso antes de completar el Brexit. Y difícilmente cambiará el mundo una vez fuera. Rule Britannia queda muy en el pasado, un pasado imperial y colonial que, por cierto, rechaza una parte importante de los británicos más jóvenes.

Eso sí, la salida –si finalmente se produce– va a obligar a un cambio mayúsculo en la política exterior británica. Pero hay muy poca creatividad al respecto en las reflexiones políticas. Hay excepciones académicas, por ejemplo, los debates que impulsa Chatham House, el Royal Institute of International Affairs. En una reciente intervención, su vicepresidente y ex subsecretario permanente del Foreign Office, Sir Simon Fraser, partía de preguntarse “¿Cuál es la ambición? Mirando hacia delante, tenemos que tener una visión clara de lo que queremos”. Apuntaba cinco prioridades, además de las relaciones con diversos países e instituciones: (1) mantener y adaptar un sistema internacional basado en reglas, con el uso legítimo de la fuerza cuando es necesario; (2) afrontar el reto medioambiental; (3) comprender y adaptarse a la economía global; (4) la nueva agenda de seguridad (terrorismo, ciberseguridad, proliferación, etc., cuestiones en las que el Reino Unido tiene mucho que aportar); y (5) encontrar respuestas colectivas al desafío del cambio demográfico y los movimientos de personas, especialmente en África. Pero para todo esto, el Reino Unido va a necesitar la UE.

Es decir, sí hay algunos expertos que piensan en ese futuro fuera de la UE. Pero no parece ésta la prioridad del gobierno ni de la sociedad. No miran más allá de la curva de las negociaciones sobre el Brexit, que, nadie lo minimiza, están siendo muy difíciles y complejas. Quizá la falta de visión de futuro acabe generando más dudas entre los británicos sobre el Brexit. Quién sabe.