La segunda Administración de Donald Trump está propiciando una reconfiguración histórica de las relaciones transatlánticas, lo que obliga a la Unión Europea (UE) y a sus Estados miembros a redefinir múltiples aspectos de su política exterior. Ante el profundo deterioro de sus relaciones con Washington, Europa está siguiendo una estrategia de cobertura reforzando sus relaciones con otros actores, incluyendo China. Así lo explicitó la propia Ursula von der Leyen en el Foro Económico Mundial al hacer referencia al 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con Pekín como “una oportunidad para entablar y profundizar nuestras relaciones con China y, cuando sea posible, incluso para ampliar nuestros vínculos comerciales y de inversión.”
A la luz de la comparación entre los planes de acción de España e Italia con China, no resulta razonable afirmar que el gobierno español esté profundizando su relación con Pekín de forma extraordinaria o rupturista.
En este panorama cambiante, existe una tendencia creciente en el debate europeo a interpretar las direcciones geopolíticas de Italia y España como opuestas. Italia, bajo el liderazgo de la primera ministra Giorgia Meloni, ha emergido como la Trump Whisperer de Europa, un papel que implica buena sintonía y entendimiento con el líder estadounidense. Esta sensación se ha intensificado tras la reciente visita de Meloni a Washington, llevando a algunos afirmar que la primera ministra habla “trumpiano”. Por el contrario, al presidente Sánchez se le identifica como uno de los líderes europeos más próximos a Pekín hasta el punto de poder actuar como un facilitador o un interlocutor privilegiado para mejorar las relaciones entre la UE y China. Es más, el secretario del Tesoro estadounidense alertó, al hilo de la vista de Pedro Sánchez a China, que alinearse más con China sería como cortarse el cuello. Sin embargo, esta lectura dicotómica tiende a simplificar en exceso los matices que definen la relación de los países europeos con China. No todos los Estados miembros tienen el mismo nivel de dependencia de China y los vínculos económicos de España son sensiblemente menores que los que mantienen el resto de las mayores economías europeas con dicho país.
Sin embargo, una comparación de los planes de acción suscritos con China por los gobiernos de Meloni (2024-2027) y Sánchez (2025-2028) no evidencia que las autoridades españolas estén buscando ni un giro geopolítico hacia Pekín ni ser pioneras en nuevas formas de cooperación con China. La estructura y las prioridades estratégicas de ambos documentos son muy similares. Ambos acuerdos comparten un marco temporal de tres años y la voluntad explícita de ser renovados periódicamente, lo cual refleja un enfoque a largo plazo y estructurado en las relaciones bilaterales. En términos temáticos, coinciden ampliamente en su orientación hacia el fortalecimiento del multilateralismo –con especial énfasis en el papel central de las Naciones Unidas y la reforma del Consejo de Seguridad– y en el respaldo firme a la aplicación de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Más allá del marco político general, los documentos presentan paralelismos sustanciales en áreas clave como economía, cambio climático, innovación, cultura y educación. Ambos promueven una relación económica más equilibrada, con énfasis en el acceso recíproco a los mercados, el comercio digital y la protección de la propiedad intelectual. Asimismo, subrayan el compromiso compartido con el Acuerdo de París y la transición energética, así como el impulso conjunto a investigación y la movilidad académica. Además de los intercambios educativos, especialmente en el ámbito universitario y de la formación profesional, dentro de la promoción de las relaciones entre sociedades, se apuesta por el fortaleciendo los lazos culturales –incluyendo el fomento de los idiomas respectivos y las cooperaciones en cine y patrimonio– el turismo sostenible y la conectividad aérea.
Asimismo, aunque son planes de acción bilaterales en ambos casos se destacan las relaciones entre China y la UE, lo cual indica un enfoque diplomático más amplio. Sin embargo, el tratamiento es bastante más extenso en el documento italiano, tres párrafos completos dedicados a la evolución de las relaciones entre la UE y China y la coordinación en espacios multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC). El plan de acción español apenas menciona a la UE en dos ocasiones y en ambos casos esos puntos también están recogidos en el documento italiano. La primera para subrayar la necesidad de reequilibrar unos vínculos económicos de gran importancia para ambas partes y la segunda para afirmar la importancia del diálogo China-UE en materia de derechos humanos.
De hecho, hay una significativa diferencia de extensión entre ambos documentos (4.000 palabras el italiano por 3.000 el español). Esto se debe a que el plan italiano incluye más sectores y subtemas diferenciados y los aborda profundizando más en detalles técnicos y regulatorios. Este enfoque más detallado y estructurado refleja una mayor capilaridad en la relación bilateral y un mayor nivel de institucionalización. El ejemplo más evidente es la existencia de un Comité Gubernamental China-Italia, de nivel ministerial, que se encarga de promover y coordinar la cooperación entre los gobiernos de ambos países. Así se reflejó también en las reuniones de alto nivel previas a la firma de los planes, mientras que cuatro ministros italianos mantuvieron reuniones con sus homólogos chinos para nutrir el plan de acción (Exteriores, Empresas y Made in Italy, Instrucción y Mérito, e Investigación y Universidades), en el caso español, el ministro de Educación chino se reunió en España con las ministras de Educación, Formación Profesional y Deportes y con la de Ciencia, Innovación y Universidades, y el viceministro chino de Agricultura y Asuntos Rurales con el ministro español de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Estas diferencias en la interlocución ministerial, también se traducen en algunas pequeñas variaciones temáticas entre ambos acuerdos. El plan español está comparativamente más enfocado en sectores productivos tradicionales (agricultura, pesca, comercio agroalimentario y turismo), mientras que el plan italiano da más protagonismo a la cooperación financiera y médico-sanitaria, en ambos casos tanto bilateral como multilateralmente. Además, introduce nuevos temas como la cooperación espacial.
A la luz de la comparación entre los planes de acción de España e Italia con China, no resulta razonable afirmar que el gobierno español esté profundizando su relación con Pekín de forma extraordinaria o rupturista. Es más, a pesar de haberse suscrito en un contexto de mejor sintonía política entre Bruselas y Pekín, el plan español es más modesto que el italiano como evidencia su menor extensión y un nivel de detalle y alcance temáticos más limitados. Además, el grado de institucionalización de la relación también es menor, sin que exista un equivalente al Comité Gubernamental China-Italia.
Por tanto, afirmar que España está liderando un acercamiento excepcional a China ignora que otras economías europeas, incluso las ideológicamente más alineadas con Estados Unidos como Italia bajo el liderazgo de Giorgia Meloni, también están profundizando vínculos con Pekín en un marco de diversificación estratégica. La política exterior española, en este contexto, responde a una lógica pragmática compartida por Bruselas y otros Estados miembros de la UE, buscando oportunidades de cooperación práctica beneficiosas en diferentes campos. En el caso español, estos esfuerzos están esencialmente orientados a reducir su enorme déficit comercial con China y a atraer inversiones que generen riqueza en España en sectores como la energía verde, la automoción eléctrica y la industria avanzada.