Think tanks y universidades. ¿Qué, por qué, para qué, cómo?

Sede de RAND Corporation, el primer think tank creado en 1948. Foto: Coolcaesar (trabajo propio) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)
Sede de RAND Corporation, el primer think tank creado en 1948. Foto: Coolcaesar (trabajo propio) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)
Sede de RAND Corporation, el primer think tank creado en 1948. Foto: Coolcaesar (trabajo propio) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)
Sede de RAND Corporation, el primer think tank creado en 1948. Foto: Coolcaesar (trabajo propio) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)

¿Qué son los think tanks[1], qué relación hay entre lo que ellos hacen y las viejas Universidades de las que casi todo los thinktankeros procedemos? Este es un pequeño y provisional intento de pensar cómo piensan los TT y cómo se posicionan frente a las Universidades, con las que (creo) compiten y a las que (creo) complementan.

No hará más de diez años cuando, casi sin avisar, los think tanks hicieron su aparición en España. Remotamente conocidos por su potente presencia en Estados Unidos, conocidos algo (pero poco) en Europa, comenzaron su andadura entre nosotros, bien como proyecciones de los partidos políticos, bien como demandas de las administraciones públicas (apoyadas, o no, por las grandes empresas que se internacionalizaban), a veces incluso como emanaciones puras de la sociedad civil que desea participar más en la vida política. Forman un conjunto bastante heterogéneo en el que se pueden identificar al menos tres tipos. Por una parte, los TT propiamente dichos, centros de pensamiento que formulan análisis, propuestas, sugerencias, como es el Instituto Elcano. Por otra parte los llamados action-tank, orientados más hacia la acción que el pensamiento, como la mediación en conflictos o la ayuda al desarrollo, que fácilmente bordean en lobbies ideológicos, no mercantiles. Finalmente han proliferado últimamente los foros de pensamiento cívicos (yo pertenezco a dos), que buscan articular el debate y emitir opiniones sobre temas de relevancia pública. Me voy a centrar en los primeros, los TT puros, aunque sospecho que todos responden a la misma necesidad.

Necesidad surgida (sospecho) del éxito pero también, sobre todo, de las limitaciones de la investigación universitaria en el área de las ciencias sociales y las humanidades. Pues los departamentos de economía, ciencia política, sociología, historia, de las Universidades de todo el mundo han profundizado sus investigaciones elaborando modelos, esquemas y discursos cada vez más precisos sobre temas cada vez más limitados y específicos. El resultado son comunidades de investigadores trasnacionales, que trabajan sobre cuestiones muy concretas, con lenguajes más y más esotéricos, aunque utilizando el inglés como lingua franca. Nada sorprendente, pues lo mismo ocurre en las ciencias experimentales. Sólo que estas no interesan al gran público como sí deben hacerlo las ciencias sociales, cuya especialización ha generado, sin embargo, un notable ensimismamiento y una marcada perdida de relevancia pública. A medida que se han vuelto más y más científicas, su discurso (usualmente en inglés), habla a otros científicos sobre temas y con lenguajes y esquemas incomprensibles para el público culto. Sobre esa inevitable especialización se añade una poderosa ideologización y un no menos notable elitismo, que vienen a reforzar el mismo resultado: buena parte de la investigación académica en ciencias sociales se alimenta a sí misma y se ha vuelto irrelevante para la mayoría social culta. Asegura querer contribuir a la emancipación y la ilustración de la sociedad, pero ni en los temas que aborda ni,  sobre todo, en los lenguajes que usa, le habla a la sociedad; más bien habla por encima de ella.

Los TT son la contrapartida de esa tendencia y, en buena medida, son complementarios. Para comenzar son centros de investigación y estudio extra-universitarios, pues en ellos se parte de la presunción de que, en las actuales sociedades del conocimiento, la inteligencia sobre cualquier cuestión puede encontrarse, como siempre, en las Universidades, pero también fuera de ellas: en los servicios de estudio de las grandes empresas, entre los técnicos de las administraciones públicas, también en las consultoras, en los medios de comunicación, y en muchos otros espacios que sería tedioso enumerar. Los TT buscan generar comunidades de inteligencia aprovechando  todo ese capital humano disperso, que tienen que identificar, atraer, y extraer, para después sintetizarlo y ofrecerlo de vuelta a la sociedad en lenguajes comprensibles y en medios accesibles. Si la academia habla por encima de la sociedad los TT pretenden hablar desde dentro y formar parte de su conversación.

Los TT, además, trabajan sobre problemas reales y no, como las Universidades, sobre problemas científicamente delimitados. Se mueven al ritmo de las agendas políticas y sociales, por encima de ellas, en la envolvente, pero claramente sobre cuestiones de relevancia social, política, económica, internacional. Los temas académicamente relevantes no suelen serlo para un TT, y viceversa: los temas relevantes para un TT no siempre lo son en la investigación académica.  No estoy menospreciando la investigación “pura”, de las Universidades, pues de ella se alimenta el trabajo de los TT (y de todos). Sin ella no avanzaríamos. Pero los programas de investigación de los TT vienen marcados por agendas sociales y políticas, no por prioridades académicas o científicas. Las preguntas que se formulan en uno u otro contexto son muy distintas, y sabemos que la ciencia avanza por sus preguntas, no por sus respuestas.

Ello genera una tercera diferencia muy importante: en los TT las barreras disciplinarias (y las barreras entre sus lenguajes) son un pasivo más que un activo. Los problemas reales son casi siempre fenómenos sociales totales, como los habría llamado Marcel Mauss. El tema de  Ucrania, por citar un ejemplo próximo, es al tiempo política, economía, sociología, historia, cultura, filología, arte y más cosas sin duda. Abordarlo requiere una aproximación interdisciplinar, sintética, no analítica, de modo que en los TT, a diferencia de lo que ocurre en un departamento universitario, trabajan codo con codo economistas, historiadores,  politólogos, sociólogos, demógrafos, especialistas en temas militares o de seguridad, y un largo etcétera, que deben saber hablar entre ellos y entenderse.

Una cuarta diferencia alude a la orientación temporal de la investigación. La investigación universitaria busca explicar los fenómenos, y por ello mira hacia atrás, hacia las causas, y sus modelos ponderan el peso de las distintas variables independientes en la variable dependiente. En los TT interesan poco las causas de los fenómenos y mucho más sus consecuencias. Miramos hacia el futuro, no hacia el pasado, en  un pensamiento prospectivo, futurista, no retrospectivo e historicista. Se trata de diseñar mapas de lo que puede razonablemente ocurrir, bien para que no ocurra (actuando antes), bien para posicionarse antes, de modo que se minimicen los riesgos y se maximicen las oportunidades. Cuando se trabaja sobre el pasado se dispone de hechos, datos, y los enunciados se pueden contrastar empíricamente, se puede hacer ciencia. Cuando se trabaja sobre el futuro no se dispone de datos contrastables y propiamente no se pretende “conocer” (¿conocer lo que no ha pasado todavía?) sino orientarse. Y por ello el conocimiento que producen los TT actua sobre el futuro, genera futuro, y con frecuencia se incorpora a procesos reflexivos tipo predicciones que se auto-cumplen o se auto-niegan. Conocimiento sobre el futuro para generar otros futuros. No queremos saber qué pasa sino sobre todo evitar que pase algo.

Y una última diferencia, en buena medida conclusión y síntesis de todas las anteriores, se encuentra en la audiencia a la que se dirigen los TT versus las audiencias de los especialistas universitarios. Estos se hablan a sí  mismos y les interesa poco o nada que les escuche el público culto. Es más, la tendencia más poderosa hoy es menospreciar a quien escribe para esas audiencias, de modo que, por ejemplo, los libros, y no digamos si son de divulgación o de ensayo, se infravaloran frente a las publicaciones en inglés en revistas científicas acreditadas. Los TT se preocupan, y mucho, por comunicar, por diseminar sus análisis y conclusiones, por influir en audiencias cultas (cada vez más masivas, por cierto). Son centros de producción pero también de difusión de pensamiento, pretenden convencer, y por eso están en la vanguardia del uso de la Web, Blogs o de las redes sociales. Se da así la paradoja de que, mientras los TT tienen fama de elitistas frente a las Universidades, son estas las que se comportan de modo elitista frente al comportamiento mucho más dialogante y universalista de los TT.

La conclusión sería doble. Una, si los TT no existieran la sociedad los estaría produciendo pues hacen falta. Y dos, no sólo están aquí para quedarse, sino que me atrevo a pronosticarles un próspero futuro. Una coda final: creo que su presencia y éxito es consecuencia de una notable falta de vigor y relevancia de la investigación universitaria, pero harían falta incluso si esta recobrara el pulso, lo que es muy de desear.


[1] Creo que la palabra think tank no está en el DRAE, aunque no he podido contrastarlo aún en el nuevo Diccionario del Tricentenario; quizás debiera. En adelante los mencionaré como TT.