Infodemia y mediademia

Infodemia. Persona con mascarilla y un teléfono móvil. Foto: engin akyurt (@enginakyurt). Blog Elcano
Infodemia. Persona con mascarilla y un teléfono móvil. Foto: engin akyurt (@enginakyurt)
Infodemia. Persona con mascarilla y un teléfono móvil. Foto: engin akyurt (@enginakyurt). Blog Elcano
Infodemia. Persona con mascarilla y un teléfono móvil. Foto: engin akyurt (@enginakyurt)

Ante la crisis del coronavirus hay a la vez una sobreexposición a la información, lo que a principios de febrero el director general de la Organización Mundial de la Salud calificó deinfodemia”, un repunte de la desinformación proveniente de diversas fuentes –siempre hay boicoteadores por interés, por inadvertencia o por diversión–, y una crisis brutal de los medios de comunicación independientes, derivada del parón de la economía y de la caída de la publicidad y las compras. Cuidado.

A menudo se confunde infodemia con desinformación. Pero ambas van de la mano, pues un exceso de información lleva consigo más posibilidades para la desinformación, sobre todo ahora que al Quinto Poder (Fifth State, el de las redes sociales, como lo llama Mark Zuckerberg de Facebook) empieza a superar el Cuarto Poder (la prensa en un sentido amplio). Las redes (20%), al menos en EEUU, van por delante de los periódicos impresos (16%) como fuente de noticias, aunque la televisión aún los domina a todos (49%) según una encuesta de finales de 2018 del Pew Research Center. No cabe olvidar, sin embargo, que las redes viven mucho de los medios escritos y audiovisuales. Aunque los rumores son tan viejos como la sociedad humana, un artículo en la MIT Technology Review define la situación como “la primera verdadera infodemia de redes sociales”.

Facebook, junto con Microsoft, Twitter, LinkedIn, YouTube, Reddit y Google han asegurado en una declaración conjunta a mediados de marzo que estaban trabajando conjuntamente para combatir la desinformación, elevar el “contenido con autoridad” y compartir “actualizaciones críticas de información en coordinación con las agencias de salud” oficiales. Pero las redes sociales carecen de suficiente regulación, contra la que, además, va su modelo de negocio. Tienen su utilidad, y con las políticas de confinamiento, Facebook, Twitter y WhatsApp, entre las principales, se han convertido en una fuente esencial para estar informado, aunque también desinformado. Y más. Facebook tiene una página Open Source COVID19 Medical Supplies para compartir diseños de equipo médico básico de protección, con impresoras 3D caseras.

Por vez primera con esta crisis, la UE está utilizando su Sistema de Alerta Rápida contra la desinformación, aunque carece de instrumentos suficientes. El servicio East Stratcom de la UE y EUvsDinsinfo han venido detectando campañas de desinformación provenientes de Rusia (aunque sin pruebas de que vengan del gobierno ruso, que lo niega tajantemente). China también está contribuyendo en su guerra de propaganda con EEUU. Entre la falsa narrativa diseminada por fuentes naturalmente anónimas figura que el coronavirus es un arma biológica desarrollada por alguna gran potencia, que no empezó en Wuhan sino en EEUU o en algún laboratorio estadounidense en otra parte del mundo, que el contagio ha sido causado por inmigrantes en la UE o que está relacionado con el 5G chino. Otras manipulaciones han llegado a diseminar el bulo de que la vacuna existe ya y se está reteniendo para sacar las farmacéuticas más beneficios. Todo esto es importante para la “batalla mundial del relato” sobre la pandemia de que habla Josep Borrell, alto representante europeo para la Política Exterior y de Seguridad, que se está librando como parte del trasfondo de la lucha geopolítica que sigue o cobra nuevos aspectos.

Algunos desinformadores han empezado a utilizar otros métodos que las redes sociales para diseminar desinformación, esta vez directamente a través de mensajes de texto (SMS), desde baterías de teléfonos móviles ficticios. Es difícil trazar sus orígenes. Twitter y Facebook son más monitorizables. Las mensajerías, SMS y WhatasApp, entre otras, van encriptadas de origen a destino, por lo que son menos controlables. Numerosos líderes políticos han pedido que se deje de compartir por WhatsApp información no contrastada o que no proviene de una fuente fiable.

La OMS define la infodemia como “una sobreabundancia de información –algunas precisas y otra no– que le hace difícil a las personas encontrar fuentes y orientación fiable cuando la necesitan”. Es sabido que el mejor instrumento para luchar contra esto es el periodismo veraz y de calidad. Éste, salvo excepciones, estaba ya en crisis antes del coronavirus y con los efectos de la pandemia ha entrado en una pendiente hacia la catástrofe, al menos en las democracias occidentales. El periodismo independiente, sobre todo el escrito y aún más el impreso, lo estaba ya antes con la anterior recesión, con la competencia de Internet y con la transformación del panorama publicitario. Pero nunca se había parado la economía como ahora y todos los medios que en parte aún vivían de la publicidad se están viendo asfixiados. Y por todos nos referimos a los escritos, impresos o en la Web –parecen sobrevivir algo mejor los de calidad de pago, aunque también dependen de la publicidad, si bien menos que antes–, además de la radio y la televisión comerciales. Quedan la radio y televisión públicas.

Tal es la situación que un grupo de periodistas europeos, expertos y eurodiputados han escrito una carta a la Comisión Europea para que apoye la confianza en la acción pública y ayude con una serie de medidas, unas a corto y otras a medio plazo, a mantener a los medios –a todos– en estos tiempos que ponen todo a prueba. Muchos medios de comunicación, de todo tipo, están sacando su información gracias a un complejo trabajo remoto. Está pasando en casi todos los países europeos. Los medios piden apoyo a los gobiernos con distintas modalidades (subvenciones, publicidad institucional, etc.). Italia ha lanzado un plan de ayudas a quioscos y quiosqueros. En España, los medios privados están pidiendo socorro al Gobierno, y junto a asociaciones del sector publicidad, “propuestas concretas” para incentivar la inversión en él.

Aunque estemos en unos momentos en que vuelve el Estado y lo público en esta lucha contra el virus y sus consecuencias, quizá convenga recordar que Thomas Jefferson dijo preferir “periódicos sin gobierno que gobierno sin periódicos”. El paisaje después de la batalla puede resultar desolador. En detrimento de la democracia.