Escenarios electorales: entre grises y negros

Escenarios electorales: entre grises y negros. Foto: H2Woah! / Flickr (CC BY-NC-ND 2.0). Blog Elcano
Foto: H2Woah! / Flickr (CC BY-NC-ND 2.0).
Escenarios electorales: entre grises y negros. Foto: H2Woah! / Flickr (CC BY-NC-ND 2.0). Blog Elcano
Foto: H2Woah! / Flickr (CC BY-NC-ND 2.0).

El mundo occidental, y desde luego la UE, no será igual con Trump, una Merkel debilitada y Le Pen (incluso Sarkozy) a su frente, que con Clinton, Juppé y una Merkel, u otro líder alemán, reforzada, por no hablar de lo que pase en los Países Bajos, Austria, y desde luego España. Y, sin embargo, hoy, ambas combinaciones son casi igual de posibles en unas sociedades en las que muchos electores andan enfadados y revueltos, por motivos económicos, identitarios u otros.

La construcción europea, dijo hace años Jacques Delors, era hija de los amores honestos de la Democracia Cristiana y de la Socialdemocracia. La primera, bajo la influencia del berlusconismo, se transformó hace tiempo en popular y se ve apretada por populismos antieuropeos a su derecha (siendo España una excepción). Y la segunda está en crisis en casi toda Europa.

Los próximos meses pueden ser decisivos para Europa y van a depender en buena parte de lo que decidan los electores en varios países y en EEUU. Todo puede salir torcido, como los renglones con los que suele escribirse la historia. O algunas cosas regular y otras mal. No parece aún que la situación esté para grandes aleluyas. Por lo que una acumulación de decisiones electorales puede llevar a escenarios negros o a escenarios grises. De momento, ninguno blanco.

Ya se ha visto con el referéndum sobre el Brexit. O el pasado domingo con la consulta, impulsada por el gobierno de Viktor Orbán, para rechazar el reparto entre Estados miembros de cuotas obligatorias de refugiados en la UE, que propuso la Comisión Europea. Aunque haya resultado no válido por no haber participado un 50% del electorado (solo ha votado un 43,9%), un 98% de los que han acudido a las urnas han rechazado la pretensión de la UE, lo que resulta significativo, y para Orbán suficiente para tener consecuencias. En unos meses, los tres referéndums celebrados en la UE sobre asuntos comunitarios (los Países Bajos, el Reino Unido y Hungría) han ido en un sentido antieuropeo.

El 8 de noviembre son las elecciones presidenciales en EEUU. Si gana Donald Trump, la idea de Occidente, como ha señalado Martin Wolf, puede perder, aunque ya lleva tiempo diluyéndose. La crisis del Tratado de Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) es un síntoma, en un mundo que es crecientemente post-occidental. Pese a haberlo ganado Hillary Clinton, el primer debate entre los dos candidatos a presidente del aún más poderoso país de la Tierra no ha sido concluyente y varias encuestas dan ganador en noviembre al republicano radical, no ya en votos, sino también el colegio electoral, que es el que cuenta. Si Trump llegara a la Casa Blanca con su actitud contra la OTAN y su simpatía hacia Putin, quizá Europa despertaría. Esta vez no estaríamos ante un “federador externo”, como lo llamó De Gaulle, que impulsa la integración europea, sino que ésta podría verse empujada por el miedo de los europeos a quedarse solos. O, por el contrario, volver a fragmentarse.

En Europa, los próximos meses son de citas electorales determinantes. El 4 de diciembre se celebrará el referéndum sobre la reforma política (esencialmente del Senado) en Italia. Será en una gran medida un plebiscito sobre el primer ministro del Partido Demócrata Matteo Renzi. Si lo pierde, puede provocar serias dudas sobre Italia y sobre su sistema bancario, ya en entredicho, con repercusiones sobre toda la Eurozona. Mejor que lo gane.

En diciembre se repetirá, por defecto de forma en el voto nulo y una cuestión de sobres que pegaban mal, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Austria, en la que han desaparecido los grandes partidos tradicionales, democristiano y socialdemócrata, y que enfrentan a un candidato de la extrema derecha, Norbert Hofer, con un verde independiente proeuropeo, Alexander Van der Bellen, que ganó por unas décimas la votación anulada.

Para marzo de 2017 están previstas elecciones generales en los Países Bajos, uno de los seis países fundadores de la UE, pero donde ha crecido la reticencia a avanzar. El gobierno de coalición entre los liberales del primer ministro Mark Rutte y el socialdemócrata PvdA habrá logrado ser el único que ha agotado una legislatura desde 2002. Sin embargo, las encuestas sitúan en primer lugar al Partido de la Libertad (PVV), liderado por el xenófobo y antieuropeo Geert Wilders, que triplicaría sus resultados de 2012, mientras que la actual mayoría se quedaría muy lejos de los escaños necesarios para seguir gobernando.

Como es natural, pese a que el “eje” ya no funciona, las miradas están puestas en París y en Berlín. Las presidenciales en Francia tendrán lugar en abril y mayo, y las legislativas en junio. Antes habrá primarias para seleccionar en noviembre al candidato republicano (centro derecha) y al socialista al Elíseo, el que previsiblemente se tendrá que enfrentar a Marine Le Pen. Si es el actual presidente François Hollande, tiene pocas posibilidades de pasar a la segunda vuelta para la que está bien situada la líder del Frente Nacional. Entre los republicanos la lucha está entre un ex presidente Nicolas Sarkozy, contaminado por el discurso xenófobo y antimusulmán de Le Pen, y con un discurso de profunda revisión nacional de Europa, y un Alain Juppé moderado. Una segunda vuelta Sarkozy-Le Pen puede producir cualquier cosa si muchos en la izquierda se abstienen. Si es con Juppé –o con otros posibles candidatos– la cosa cambia, aunque no signifique una profunda renovación de Francia.

En la vecina Alemania, el liderazgo alemán y europeo de Angela Merkel está en entredicho tras los avances del euroescéptico y xenófobo Alianza por Alemania (AfD). La actual canciller se podría recuperar en las elecciones a la vuelta del próximo verano, pero de momento está en una cuesta abajo deslizante, aunque ella y sus democristianos lleguen en cabeza. Para gobernar tendría que formar una coalición que fuera más allá de la actual con su partido hermano bávaro, la CSU –que mantiene un discurso pro-inmigración cristiana–, y de los socialdemócratas en retroceso. Quizá necesite también a los Verdes. Si es así, el liderazgo de Berlín, temido pero necesario en esta Europa, se verá seriamente debilitado.

La palabra, la demanda, la tienen los electores. La oferta, los elegibles.