EEUU contra China: el nombre de la cosa

Banderas de EEUU y China. Foto: U.S. Department of Agriculture (Dominio público). Blog Elcano
Banderas de EEUU y China. Foto: U.S. Department of Agriculture (Dominio público)
Banderas de EEUU y China. Foto: U.S. Department of Agriculture (Dominio público). Blog Elcano
Banderas de EEUU y China. Foto: U.S. Department of Agriculture (Dominio público)

El nombre de las cosas, de los conceptos, importa y no resulta neutro, sino que refleja además de diferencias de análisis, opciones políticas (de policy) diversas. EEUU está inmerso en un nuevo diseño de su política hacia China, aunque aún no esté claro lo que busca la Administración Trump, y Pekín está respondiendo. ¿Cómo llamarlo? Es debatible, y probablemente no se haya dado aún con el término apropiado, ya que estamos ante lo que Jonathan Ward llama una “competencia única y original”, que, añadimos, no es entre Estados clásicos sino entre Estados-civilizaciones y que tendrá factores de competencia y enfrentamiento junto a otros de interdependencia, una “rivalidad interdependiente”. Ya en 2017, Graham Allison escribió sobre el peligro de caer en lo que llamó “la trampa de Tucídides”, a saber, la competencia finalmente militar entre Atenas y Esparta. Según esta visión, “dejando a un lado las intenciones, cuando una potencia creciente amenaza con desplazar a una potencia gobernante, el estrés estructural resultante hace que un choque violento sea la regla, no la excepción”. No estamos –¿todavía?– ahí.

Competencia entre grandes potencias

China se ve a sí misma no surgiendo, sino resurgiendo de las tinieblas en las que entró a mediados del siglo XIX tras estar a la cabeza en la economía (y en parte la tecnología) mundial durante siglos. En su visión, este retroceso se debió a que perdió el tren de las revoluciones industriales, y esta vez quiere ponerse al frente de la Cuarta. Su fecha objetivo para el “sueño de China” (China Dream), para el sorpasso económico y tecnológico, es 2049, el centenario de la revolución comunista. EEUU –sobre todo, pero no sólo, la Administración Trump– lo ve como una rivalidad, como una competencia a su poder. Su Estrategia Nacional de Defensa de 2018 afirma que “la competencia estratégica entre Estados, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación en la seguridad nacional de EEUU”. Sin embargo, no todos creen que se trate de eso, de una nueva great-power competition. Por ejemplo, Michael J. Mazarr considera que el término no captura la realidad actual. Pues en esta competencia, a diferencia de la tradicional, el factor militar no es central, al menos de momento y excepción hecha del mar del Sur de China, aunque Pekín está ampliando significativamente su presupuesto militar, y creando una marina de guerra de gran alcance y potencia. EEUU ve en China un nuevo factor en sus cálculos nucleares. Pero la competencia es ante todo económica, tecnológica y (con la iniciativa de la Franja y la Ruta, por ejemplo) geopolítica.

Nueva Guerra Fría

Es un término del que se abusa, a menudo olvidando lo que fue la Guerra Fría entre Occidente y la Unión Soviética, aunque atravesó diversas fases: una competencia militar global y especialmente con un equilibrio en armas nucleares y convencionales, con guerras interpuestas (proxy wars) a través de terceros, ideológica y de sistemas económicos (comunismo vs capitalismo), y tecnológica (hubo un marco, el COCOM, de difícil reproducción ante China por el cual los aliados occidentales no vendían a la parte soviética tecnología militar o de doble uso). Frente a China no hay, al menos aún, ese equilibrio militar, ni competencia ideológica, aunque el atractivo de la democracia liberal ha caído frente al autoritarismo del modelo chino en sociedades terceras. Ni tampoco política de bloques. China no intenta exportar su modelo político, irrepetible, pero desprecia la democracia liberal y favorece los autoritarismos. China no juega a valores que tuvieron un papel en algunos momentos de la Guerra Fría. Sin embargo, algunos chinos ven competencia ideológica (“mano negra” de EEUU) por ejemplo en las revueltas de Hong Kong. Ciertos observadores, como Thomas Wright de Brookings Institute, piensan que la forma cómo se resuelva esta cuestión puede sentar las bases para gestionar la competencia entre ambos países, o llevarlos a una nueva y volátil guerra fría. Hay que añadir que la doctrina prevaleciente contra la Unión Soviética fue la del containment (contener su expansividad militar e ideológica), por la que abogó George Kennan en su famoso telegrama de 1946), y la de la disuasión (mutua), dos conceptos que no valen, hoy por hoy, para el caso chino. The Economist consideró que estamos ante un “nuevo tipo de guerra fría”. El propio Xi Jinping ha hablado de una “nueva larga marcha”. EEUU tiene una gran ventaja: aunque el concepto de “Occidente” esté ahora en entredicho, aún tiene aliados y la OTAN. China no, si bien cuenta con socios, por ejemplo en la Organización de Cooperación de Shanghai.

Desacoplamiento

Curiosamente el término decoupling ha vuelto, y se está imponiendo, bajo otros supuestos. En la Guerra Fría se aplicó sobre todo al distanciamiento o divisiones en la parte occidental, es decir, esencialmente entre aliados europeos y EEUU, especialmente en algunas fases de la distensión (détente). Ahora se aplica a EEUU y China, para significar que unas economías –y mucho más– que se habían vuelto estrechamente interdependientes, se pueden separar. Es decir, disociación o divorcio estratégico, tras un acercamiento. Es lo que hemos llamado la separación en dos ecosistemas, lo que puede plantear problemas a terceros si desde Pekín o Washington se les obliga a optar, especialmente Europa, el resto de Asia, África e incluso América Latina. ¿Se iría hacia un neo-no alineamiento, esta vez esencialmente tecnológico o digital?

Aquí podría entrar también el concepto que podemos tomar prestado a la teoría cuántica, de “des-entrelazamiento” (disentanglement), cuando dos partículas dejan de sincronizarse y bailar juntas. En esta teoría, el observador, por el acto de observar, cambia la realidad. Y en las relaciones entre EEUU y China el cambio de percepciones también está cambiando la realidad. La ciudadanía estadounidense se ha vuelto más hostil hacia China. Una encuesta del Pew Research Center recoge que un 60% de los estadounidenses tienen en 2019 una visión “desfavorable” de China, frente a un 48% un año antes. En China, la imagen de EEUU también se ha deteriorado marcadamente. Aumenta el número de chinos que ven a la superpotencia norteamericana como una amenaza, de nuevo según encuestas (de 2016) de Pew. Atrás queda la idea de Chinamérica, o del G2, del que se habló en un momento dado.

Guerra comercial y tecnológica

El enfrentamiento se presenta como una guerra comercial, que va escalando peldaños y que esconde una guerra por el predominio tecnológico. De hecho, también la UE ya ha calificado a China como un “competidor estratégico” y un “rival sistémico”. Pero los europeos no han tomado medidas de represalia contra China (aranceles, no acceso a ciertos productos tecnológicos) como EEUU, sino medidas de precaución. Aunque están por ver los resultados, y si se mantiene este tipo de tensión cuánto puede influir en la marcha de esta guerra la ralentización de la economía mundial, incluida la de EEUU. Trump empezó ya en su campaña electoral a quejarse de los empleos que EEUU estaba perdiendo frente a los productos chinos, lo que tuvo eco en una parte de su electorado. Las contramedidas chinas –por ejemplo, respecto a las importaciones de soja, o los gestos de devaluación competitiva– van en buena parte también dirigidas contra ese electorado en unos meses importantes de cara a las elecciones de noviembre de 2020. EEUU poco puede influir políticamente sobre el sistema chino. Transformar el enfrentamiento en una guerra comercial para la asfixia tecnológica de China puede llegar tarde y acabar siendo contraproducente, reforzando en un período de tiempo relativamente corto la autosuficiencia, frente a la interdependencia, de China y frenar su inserción en un sistema internacional compartido.

Una cosa se puede transformar en otra. Y seguramente la situación que se está creando tiene elementos de todo lo planteado, y muchos nuevos de competencia e interdependencia. En todo caso, China puede frenar, pero no va a cejar en su ascenso. EEUU y China van a tener que convivir e interrelacionarse, en una relación mucho más compleja que la que vivieron la gran superpotencia norteamericana y la Unión Soviética. Para ambos, y para el resto del mundo, se plantean retos que nunca se habían vivido antes. Y realmente no se sabe aún bien qué nombre ponerle a esta nueva situación en ciernes.