Dictabasura en Venezuela

Dictabasura en Venezuela. Foto: Ji Stark / Leo Prieto (CC BY-NC-ND 2.0). Blog Elcano
Oeste de Caracas, Venezuela. Foto: Ji Stark / Leo Prieto (CC BY-NC-ND 2.0)
Dictabasura en Venezuela. Foto: Ji Stark / Leo Prieto (CC BY-NC-ND 2.0). Blog Elcano
Oeste de Caracas, Venezuela. Foto: Ji Stark / Leo Prieto (CC BY-NC-ND 2.0)

El chavismo, ahora en su fase superior (¿o inferior?) del madurismo, ha destrozado un país. Llegó al poder desde las urnas (con una previa intentona golpista de Hugo Chávez en 1992) con un mandato de redistribuir mejor la riqueza nacional y acabar con la corrupción del anterior régimen. Redistribuyó, pero sin saber generar riqueza. Trocó una corrupción por otra. Y pisoteó el Estado de Derecho y la democracia, siendo el último paso las elecciones a la Asamblea Constituyente y las decisiones que ésta ha empezado a tomar. Las denuncias de Luisa Ortega Díaz, ex fiscal general de Venezuela, sobre los modos de actuar del régimen, son reveladoras.

¿Hay salida negociable? Hay un equilibrio de fuerzas y unos intereses creados por parte del régimen que parecen impedirla. La violencia institucional y las muertes oscurecen el panorama. Tras lo ocurrido con la Constituyente es difícil creer que el final del régimen llegará mediante un voto, aunque el llamado “desenlace electoral” sería lo deseable. El poder no está en las confrontaciones en la calle, sino en un ejército cómplice y paramilitares con armas, además de grupos de gangsters. Las contradicciones internas pueden acabar con el régimen, pero no hay que contar demasiado con ello, más aún cuando los militares no han hecho nada para impedir el fraude de la Constituyente, que les dará más poder.

En cuanto al contexto internacional, es esencial que la presión y los diálogos funcionen. Aunque la UE presione, la solución, si la hay, para evitar una guerra civil, será, como se ha dicho, “latinoamericana para un problema latinoamericano”. Pero hay división al respecto. Las mediaciones, como la de José Luis Rodríguez Zapatero, pueden ser útiles, pero necesitan más apoyo internacional. Está por demostrar que las sanciones hagan mella sobre el régimen a pesar de la debilidad económica del país. Requieren tiempo para tener efectos, sobre todo si han de perjudicar a los responsables y no a la gente.

Quizá ese atisbo de solución esté fuera de Venezuela, no en lo que puedan hacer los vecinos más o menos lejanos, sino un país, un régimen, que manda mucho en Venezuela, el cubano, a pesar de que Caracas es la que suministra petróleo barato a La Habana. Lo habrá sondeado el ministro español de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, en su viaje a Cuba. Todo ello complicado por los intentos de Rusia, ahora no comunista pero geopolíticamente enfrentada a EEUU, de reforzar su influencia en América Latina, y especialmente en Venezuela, donde los créditos de la petrolera rusa Rosneft a Petróleos de Venezuela (PDVSA) han supuesto un respiro para la ruina de esta última.

Puede que el régimen llegue a implosionar desde dentro debido a la desastrosa gestión de la economía nacional de un país que era rico –el más rico del Continente no hace tanto tiempo–, llevado a una situación catastrófica por un grupo, como indica un observador venezolano, “sin currículo pero con prontuario”, que ha despilfarrado y se ha apropiado de una buena parte de los ingresos públicos. El régimen no ha sabido invertir en el futuro y ha destruido buena parte del presente y del pasado. Las exportaciones de petróleo –el 90% del total de las del país– se han reducido con la mala gestión y la caída del precio del crudo. Este año, según las previsiones del FMI, habrá una hiperinflación del 720%. Las colas para comprar lo que haya de productos alimentarios, no digamos ya sanitarios y otros básicos, son parte ya de la vida cotidiana, cuando, además, faltan medicinas básicas no ya en las farmacias, sino incluso en los hospitales. Llegan escenas de hambre. Y no parece que nada pueda mejorar a este respecto a corto o medio plazo, pese a las proclamas triunfalistas de Nicolás Maduro. Mucha gente quiere abandonar el país, incluso para España, hacia la que se han multiplicado las demandas de nacionalidad. La “Revolución Bolivariana” ha sido un fracaso, aún más acentuado con Maduro, convertido, como hubiera dicho Marx, en una trágica farsa de su predecesor que ya provocó la calamidad.

Quizá, como indica el argentino Jorge Argüello desde la Fundación Embajada Abierta, haya que recorrer el camino en sentido inverso: “primero atender las consecuencias de la crisis, agravada por la fuerte y determinante influencia del poder militar en el gobierno de Nicolás Maduro, y después las causas, como ocurre en las catástrofes”. Pero eso no despejará el impasse político.